Actualmente vivimos en una cultura que exige y recompensa el perfeccionismo. Se consideran personas exitosas aquellas que buscan la perfección en múltiples cosas, en su trabajo, a la hora de doblar la ropa, que siguen buscando la perfección en la paternidad o maternidad, y así en todos los aspectos posibles de sus vidas.
La cultura de nuestra sociedad fomenta este tipo de personalidad perfeccionista, exige y refuerza aquellos comportamientos que maximizan el tiempo, realizando múltiples tareas de los diferentes ámbitos de la vida de la forma más eficaz y perfecta posible, y fomenta la culpa en aquellas personas que no aplican esos niveles en sus vidas.
El perfeccionismo tiene un origen hereditario y se encuentra en personas que durante su infancia tuvieron que asumir responsabilidades no propias de su edad. Estas personas experimentan como una necesidad constante de hacer las cosas de manera impecable, de evitar errores y de cumplir con estándares extremadamente altos.
Desde el punto de la psicología de Berne el perfeccionismo se puede analizar como parte de las dinámicas internas que experimentan las personas en sus relaciones consigo mismas y con los demás. Berne elabora una teoría sobre tres estados que representan conjuntos de pensamientos, sentimientos y comportamientos que influencian en nuestras interacciones.
Uno de los estados se denomina «Padre» dado que se configura con las reglas, normas y creencias internalizadas transmitidas por las figuras de autoridad durante la infancia. En el perfeccionismo estaríamos hablando de un Padre Crítico internalizado que impone estándares extremadamente altos, juicios duros y expectativas que pueden llevar a la persona a sentirse constantemente insuficiente. Curiosamente, el perfeccionista se suele ver como una persona segura y exitosa, cuando en realidad es una persona tan insegura que considera su valor como persona basado en realizar las tareas lo más perfectas posibles comparándose continuamente con el resto de las personas.
El Padre Critico configura un argumento de vida con el mandato de “sé perfecto”. Este argumento o plan inconsciente que desarrollamos durante la infancia, basado en las creencias que adquirimos sobre nosotros mismos y sobre el mundo, incluye la creencia de que » seré valioso si no cometo errores». Dada esta creencia, la persona realizará patrones de comportamiento repetitivos y disfuncionales, es decir, juegos psicológicos. Puede, por ejemplo, caer en un ciclo en el que se esfuerza incesantemente por alcanzar la perfección desde el Padre Crítico y luego se siente frustrado y deprimido cuando inevitablemente no cumple con esos estándares imposibles. Esto refuerza una creencia subyacente de insuficiencia o incompetencia. Este tipo de juego suele desarrollarse en transacciones donde el estado de Niño Adaptado está subyugado a las demandas del Padre Crítico, lo que crea una tensión interna constante.
El estado Niño se configura con las emociones, necesidades y deseos experimentados en la infancia, que continúan influyendo en nuestra conducta. Así, hablando de Niño Adaptado nos referimos a la parte de nosotros que busca aprobación externa y sigue las reglas o demandas externas., es decir, que tiene la necesidad de cumplir con las expectativas y ser perfecto como una forma de ganar aceptación, amor o evitar la desaprobación.
Para poder salir de esta dinámica es crucial posicionarse en un estado Adulto que es capaz de evaluar la realidad de manera objetiva y sin el filtro emocional del Niño o el juicio rígido del Padre Crítico. El Adulto también puede tomar decisiones más saludables, como establecer metas alcanzables, evaluar los resultados sin juicios extremos y desarrollar una mayor autocompasión. Acudir a un profesional que pueda ayudarte a reconocer los mandatos internos, identificar tu argumento de vida, desarrollar tu adulto y reestructurar tus transacciones internas y externas, facilitará el cambio para encontrarte mejor contigo mismo y poder disfrutar siento tú de la vida liberado de la tiranía de la perfección.